Incumplirle a los clientes es un fallo grande que puede costarnos no solo una venta sino múltiples negocios a futuro, por lo cual lo mejor es siempre apegarnos a lo que prometemos.
Esta regla de oro aplica aun más cuando la promesa se hace a los empleados que tenemos a nuestro cargo, pues incumplir puede significar perder a los elementos mas importantes de nuestra fuerza laboral.
Eso se debe principalmente a que cuando un jefe hace una promesa ante su equipo de trabajo se esta comprometiendo profundamente lo cual les hace ganar respeto frente a sus subordinados. Pero cuando esta confianza forjada a partir del respeto se destruye el trabajador recibe un mensaje erróneo, el cual infiere que si los cargos superiores incumplen pues no se le debe solicitar a ellos que alcancen las expectativas o metas.
No sólo nos referimos a promesas generales, pues incluso promesas particulares sobre ascensos, descansos, permisos o la promesa tácita de respeto mutuo son factores que entran a jugar en este punto.
Por ejemplo cuando se asciende a una persona por un golpe de suerte por encima de aquellos que trabajan fuertemente a diario puede desmotivar a nuestros empleados más veteranos, al punto que adquieren la habilidad productiva de un empleado de oficina estatal.
Lo mejor en estos casos es siempre abstenerse de prometer o generar esperanzas poniendo nuestras manso al fuego ante cosas que no estamos al cien por ciento seguros de estar en capacidad de cumplir, pues unas simples palabras sobre una incertidumbre pueden fragmentar lo que tanto trabajo le ha costado a recursos humanos construir.
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